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Salud Mental InfantoJuvenil

Salud mental en niños, niñas y adolescentes. Aportes para el bienestar emocional y vincular.

Todos los 10 de Octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, promovido por la Federación Mundial de la Salud Mental y que cuenta con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este evento representa un compromiso global para crear conciencia sobre los problemas de salud mental en todo el mundo y movilizar esfuerzos en apoyo de la salud mental. Bien sabemos, que la pandemia de COVID-19 ha agravado esta situación en todo el planeta, aumentando los nuevos casos de afecciones de salud mental y empeorando las preexistentes.

En las Américas, los trastornos mentales, neurológicos, por uso de sustancias (SNM) y el suicidio representan más de un tercio (34%) del total de años vividos con discapacidad, siendo los trastornos depresivos la principal causa de discapacidad. Casi 100.000 personas mueren por suicidio cada año. Cifras que cada año son alarmantes y muestran lo desmoronada que está nuestra sociedad.

Pero ¿qué es la salud mental?

Según la Organización Mundial de la Salud: “La salud mental es un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”. La OMS enfatiza que la salud mental es “más que la ausencia de trastornos o discapacidades mentales”. La salud mental plena consiste no solo en evitar afecciones activas, sino también en cuidar el bienestar y la felicidad continuos.

Según Olga Toro, psicóloga experta en salud mental de la Universidad de Chile, la define como la capacidad de tener relaciones sociales y afectivas que nutren a la persona; es la capacidad de identificar las emociones, las «buenas» y las «malas», las que te gustan y no te gustan y no esta falsa idea de que tienes que estar siempre feliz o si no, no vales.

Datos clave según fuente de la OPS/OMS

  • Los trastornos de salud mental aumentan el riesgo de otras enfermedades y contribuyen a lesiones no intencionales e intencionales.
  • La depresión continúa ocupando la principal posición entre los trastornos mentales, y es dos veces más frecuente en mujeres que hombres. Entre el 10 y 15% de las mujeres en países industrializados y entre 20 y 40% de las mujeres en países en desarrollo, sufren de depresión durante el embarazo o el puerperio.
  • Los trastornos mentales y neurológicos en los adultos mayores, como la enfermedad de Alzheimer, otras demencias y la depresión, contribuyen significativamente a la carga de enfermedades no transmisibles. En las Américas, la prevalencia de demencia en los adultos mayores (más de 60 años) oscila entre 6,46 % y 8,48%. Las proyecciones indican que el número de personas con este trastorno se duplicará cada 20 años.
  • Para los trastornos afectivos, de ansiedad y por consumo de sustancias en adultos, graves y moderados, la mediana de la brecha de tratamiento es de 73,5% en la Región de las Américas, 47,2% en América del Norte y 77,9% en América Latina y el Caribe (ALC). La brecha para la esquizofrenia en ALC es de 56,9%, para la depresión es de 73,9% y para el alcohol es de 85,1%.
  • El gasto público mediano en salud mental en toda la Región es apenas un 2,0% del presupuesto de salud, y más del 60% de este dinero se destina a hospitales psiquiátricos.

Si ya estos datos son alarmantes, ¿qué sucede en la población infanto-juvenil? 

Durante una sesión de la Comisión de Salud del Senado, el doctor en psicología, Felipe Lecannelier, compartió resultados científicos que evidencian la epidemia de problemas en salud mental que afecta a los niños de nuestro país, en base a cuatro estudios que incluyeron su participación.

El primer estudio fue realizado en 24 países por equipos de investigadores respectivos a cada uno de los países que integraron este estudio, entre los cuales se encuentran Dinamarca, España, Alemania, Perú, Francia y Chile. Los sujetos de estudio fueron niños de 1 a 5 años y la evaluación se centró principalmente en patologías derivadas de la salud mental (depresión, agresión, trastornos del sueño, angustia, entre otras), donde lamentablemente nuestro país figura entre los países con la tasa más alta de todos los problemas de salud mental. 

Con el objetivo de verificar la repetición de datos durante el tiempo, el estudio se volvió a realizar durante el año 2003, en el cual colaboraron 15 países distintos. Esta segunda investigación arrojó a Chile en una quinta posición, pero manteniéndose en un estado crítico en relación a la salud mental infantil nacional. Las experiencias de los infantes chilenos son parecidas a las de los infantes de países en estado de catástrofe socioeconómica y salud pública, como Irán, Kosovo y Rumanía.

Por otra parte, se realizó un tercer estudio para conocer los porcentajes de felicidad y bienestar emocional de los niños en cuatro países diferentes, entre ellos Corea, Polonia, Estados Unidos y Chile. Y nuevamente nuestro país lleva la delantera en relación a la afectividad negativa, miedo, disconformidad con el estilo de vida, timidez, infelicidad y depresión.

Finalmente, un último estudio publicado en el año 2019, que reunió a 14 países distintos y sus resultados fueron publicados en el libro «Toddlers, Parents and Culture», se centró en analizar los estilos de crianza en países como Rusia, China y Chile, donde nuestro país aparece entre las naciones donde predomina un tipo de crianza asociada a problemas de salud mental.

Y es aquí, en este punto donde me resulta relevante llamar la atención. Pues ya es consenso en las diversas áreas de salud mental, que los problemas se generan durante la primera infancia o que el trauma proviene de los cuidadores u otras personas significativas del infante o adolescente, en mi opinión no sólo de las madres y padres, también de familiares, profesores, otros sujetos sociales que son un referente. Por ello, cada día es preciso y urgente que quienes estamos a cargo del cuidado de niños, niñas y adolescentes resguardemos nuestra salud y bienestar para resguardar la de los demás.

Estudios recientes sobre el desarrollo del cerebro han expandido nuestros conocimientos sobre la teoría del apego y la neurociencia afectiva. Uno de los investigadores más prolíficos en este naciente campo de integración entre disciplinas (“neuropsicología”) es el psicólogo e investigador norteamericano Allan  Schore, con una vasta trayectoria que incluye aportes en neurociencia del desarrollo, psiquiatría, psicología clínica, psicoanálisis, psicoterapia y teoría del trauma. Entre sus contribuciones, destaca la descripción que hace de la neurobiología del “apego seguro”, donde visibiliza la relevancia del cuidador principal en la regulación psicobiológica del infante. Según el autor, “los procesos regulatorios duales de sincronía afectiva, que generan estados de activación positiva y de reparación interactiva y que modulan los estados de activación negativa, son los bloques fundamentales de construcción del apego y sus emociones asociadas” (Schore, 2010, p. 300).

Allan Schore (2001), define la salud mental «adaptativa» del infante como la expresión temprana de estrategias resilientes y eficientes para enfrentar la novedad y el estrés, por lo tanto, la salud mental desadaptativa del infante sería un déficit en estas capacidades.

¿Qué determina que la influencia de la regulación que provee el cuidador/a principal sea tan determinante para el desarrollo futuro de acuerdo a Schore?

La evidencia proveniente de distintas fuentes es concluyente al señalar que el cerebro humano pasa por un período de rápido crecimiento durante los primeros años de vida. En particular,  sabemos que el hemisferio derecho, profundamente conectado con el sistema límbico y el sistema nervioso autónomo, crece de manera acelerada durante ese período, y que las experiencias de apego impactan de forma específica estas áreas en desarrollo. Se trata de regiones límbicas fundamentales para el procesamiento de las emociones, así como de regiones subcorticales implicadas en la respuesta del organismo frente al estrés (Schore, 2010). En este contexto, el rol del cuidador principal es fundamental en la medida en que favorece (o dificulta) la regulación psicobiológica del bebé, haciéndolo más o menos competente en el enfrentamiento de situaciones novedosas y/o estresantes (Schore, 2001). En otras palabras, un hemisferio derecho “eficiente” constituye un factor que incrementa la resiliencia y favorece una mejor adaptación del infante en su desarrollo futuro: “Desde la infancia a lo largo de todos los estadios posteriores del ciclo vital, el hemisferio derecho es dominante para la recepción, expresión y comunicación no conscientes de las emociones y para los componentes cognitivos y fisiológicos del procesamiento emocional” (Schore, 2010, p. 301).

¿Qué ocurre cuando la función reguladora del cuidador/a falla de manera significativa?

Un cuidador o cuidadora que falla sistemáticamente en la regulación del bebé o de un infante es quien reacciona de manera inapropiada, impredecible o con rechazo ante las expresiones emocionales de éste. De modo que, en vez de modular los altos niveles de activación del infante, induce en él estados de extrema activación. Al no ofrecer una reparación interactiva, esos estados se mantienen por largos períodos de tiempo (Tronick et al., 1978; Schore, 2010). En términos del desarrollo cerebral, este tipo de interacción traumática se traduce en un impacto negativo en la maduración del sistema límbico, produciendo “(…) alteraciones neurobiológicas duraderas que subyacen a la inestabilidad afectiva, la tolerancia ineficiente del estrés, las dificultades de la memoria y las perturbaciones  disociativas” (Schore, 2010, p. 304).

Entonces la capacidad de regulación emocional del infante surge de las interacciones afectivas con sus cuidadores/as, quienes sintonizan o de-sintonizan los estados del bebé. Los padres y las madres  calman o activan los estados fisiológicos, psicológicos y afectivos. Por ello son un soporte relacional fundamental.

¿Cuáles son estas interacciones afectivas?

El juego, las miradas, las sonrisas, la alimentación, las caricias, el buen humor, los abrazos. La sincronía interactiva o relacional genera emociones positivas.

Como los primeros años de vida de un ser humano son períodos críticos o sensibles tanto para el daño, también pueden serlo para el fortalecimiento de condiciones vinculares favorecedoras de la maduración bio-psico-social (para la protección, la seguridad y la empatía).

¿El pasado conflictivo de los padres determina que sea repetido con el propio hijo o hija?

Está establecido que los padres o madres que han sufrido experiencias de maltrato tienen mayor riesgo de repetir esas experiencias con sus propios hijos e hijas. Sin embargo, en el ámbito clínico también podemos ser testigos de casos en los que los progenitores son capaces de hacer algo diferente en la crianza de sus hijos: “La historia no es destino”(Fraiberg et al., 1975, p. 166). Según los autores, la diferencia radica en el carácter/matiz de la experiencia afectiva asociada a las experiencias traumáticas. En los casos de aquellos padres que repiten su propia tragedia con sus hijos, ha operado la “identificación con el agresor” (Ferenczi o Anna Freud), mecanismo que permite al niño defenderse del miedo intolerable, pero que al mismo tiempo lo distancia de la experiencia  afectiva vivida (miedo, ansiedad, vergüenza, impotencia, culpa, etc.). Por su parte, aquellos padres  y madres que logran convertirse en protectores de sus hijos, son aquellos que pueden recordar los afectos asociados a las experiencias traumáticas. Este recuerdo los protege de la repetición y les permite identificarse con los sentimientos de vulnerabilidad, fragilidad, dependencia, etc. “Quiero algo mejor para mi hijo de lo que yo tuve” (Fraiberg et al., 1975, p. 166). Esta perspectiva ha sido confirmada y ampliada por el trabajo de Fonagy y su equipo (1991), quienes destacan la importancia de la función reflexiva de los padres en la transmisión transgeneracional de los patrones vinculares.

 

Queda claro que los adultos somos responsables de nuestros niños, niñas y jóvenes. Cada uno de nosotros es responsable de cualquier otro y de todos los otros. Padres, madres, educadores y profesores somos la fuente principal de salud psíquica y social en la vida del niño-niña, desde que nace hasta los 18 años. Cuando entendamos como sociedad que tenemos que cambiar nuestro paradigma de ética social, pasar del individualismo a la colectividad, cuando asumamos que nuestra mirada hacia la infancia debe ser desde la acción de maternar o paternar, no sólo hacia mis propios hijos o hijas, sino hacia todes. Cuando miremos a todos y todas con aceptación amorosa y no desde la anulación ni el juicio, entonces recién ahí iniciaremos un trazado distinto en nuestro camino de reconstrucción social, cuando miremos empáticamente al otro y lo escuchemos de verdad, y cuando digo de verdad, me refiero a verlo en su niñez y en su adolescencia, sintonizar con sus realidades y sus tiempos. Tanto infante como adolescente, funcionan a otro ritmo y eso los adultos somos incapaces de verlo. Sin embargo, cuando saquemos el dolor, el miedo, la superficialidad de nuestros vínculos y nos hagamos cargo del otro/a desde el amor y el respeto, nuestra crianza tejerá bienestar, alegría y felicidad.

 

Fuentes para ampliar la información:

  1. Vínculos tempranos. Transformaciones al inicio de la vida. Javiera Navarro, Francisca Pérez, Mauricio Arteaga (2017).
  2. www.paho.org /Organización Panamericana de Salud
  3. www.relacionesinteligentes.com / Fundación Relaciones Inteligentes
  4. Comisión del Senado